La intolerancia política -religiosa: A propósito de su dedicatoria

La bibliografía  del mundo reserva en los anaqueles de la humanidad un interesantísimo tratado titulado; Historia de las persecuciones  políticas y religiosas ocurridas en Europa desde la edad media hasta nuestros días-refiere el año de la edición de lujo de la autoría de D. Alfonso Torres de Castilla, Tomo I, Barcelona: Imprenta y Librería de Salvador Manero de 1863-, en cuyo trabajo desarrolla toda una historia de los grandes martirios que se desprendieron a partir de las ideologías políticas y religiosas de la época. En tal interés, nos permitimos ofrecer unas pinceladas, espáticamente en lo atinente a su dedicatoria, salpicada con algunos rasgos del propio prólogo, en razón de que a través de esta parte, a manera de inducción nos permitiría tener una idea de la realidad política-religiosa en Europa en los años que abarca este tratado.

A seguida, ya entrando en materia, la dedicatoria de mención a modo de ambientación, va dirigida a los intolerantes de todos los partidos y creencias, en la que dicho autor, inicia refiriendo el terrible cuadro de los horrores de la intolerancia y de los crímenes perpetrados en nombre de las ideas buenas o malas. Y plantea, que él no perseguía hacer renunciar a nadie de sus ideas, sino que su misión era convencer a los intolerantes, sobre la inutilidad de las persecuciones contra los que profesaban distintas ideas que ellos.

Recoge en estas notas, que las enseñanzas de la Historia, esa gran maestra de verdades, nunca bastante consultada ni suficientemente comprendida, os harán ver que la intolerancia, arrojando odiosidad de las crueldades que lleva siempre consigo sobre las ideas y doctrinas, en cuyo nombre se ejercían, han redundado en definitiva en perjuicio de los mismos intereses en cuya defensa se emplearon. Y sigue planteando, no me propongo, por lo tanto, debilitar vuestros medios de defensa inquiriéndole al abandono de las armas odiosas de que la intolerancia se provee, antes al contrario, me anima el deseo de preservar sus ideas, cualesquiera que sean, de la responsabilidad que sobre ellas arroja la intolerancia, de que un celo mal dirigido os induce a serviros contra los que no sustentan vuestras convicciones.  

Matizaba que si vuestras doctrinas o creencias fueren erróneas no merecen la pena de que por plantearlas o ponerlas al descubierto de la crítica, persiguieras a nadie por ellas, ni que imponiéndolas prohíbas la manifestación de las ideas de otros. En ese mismo orden expone  que con la intolerancia o sin ella, fatalmente  condenadas a borrarse de la mente del hombre y a ejercer tan solo una influencia precaria y desvanecerse cual ligera niebla a los rayos del astro de la luz. En este mismo orden prosigue que sin son verdaderas, que la tolerancia ejercida en su nombre contra los que no las tuvieran por tales, ni las hará más verdaderas de lo que ya son, ni será bastante a alcanzarles más sólida victoria, ni se necesitaran para concluir por enseñorearse del humano entendimiento y convertirlas en instrumento dócil, que tome posesión en nombre del tiempo y del espacio para exterminar  a los que tienen la desgracia de estar poseídos del error.

Las persecuciones contra los hombres por las ideas que profesan, dan falsa vida y apariencia de verdad a los errores que son sacrificados, y manchan y deshonran a las verdades en cuya defensa se ejerce la persecución.

Y respecto al marco estructural del prólogo de dicho libro, a modo de pequeña capsula, el referenciado autor inicia que los errores de los hombres y los pueblos han sido muy grandes; repugnantes sus vicios, sus crímenes horribles, inauditas sus iniquidades. Plantea que en nombre de las religiones y de los dioses y sus cultos, cuyos derechos e intereses pretendían salvar, los politeístas paganos martirizaron-él dice martirizan-, degüellan  y exterminan centenares de miles de cristianos, en los primeros siglos de nuestra era. Nada bastaba saciar su fanatismo ni la saña de su odio contra los que profesaban la nueva fe. Todo sacrificio le parecía pequeño para aplacar a sus irritadas divinidades.  Vencedores en su momento, los cristianos cambiaron el papel de victimas por el de verdugos, persiguieron con implacable furor a los vencidos paganos y gentiles primero, a judíos y mahometanos después, y lo más repugnante todavía, se persiguieron uno a los otros, multiplicando los tormentos, excediendo en fanática crueldad a sus antiguos adversarios, hicieron cuanto estuvo en su mano para comprometer, deshonrar la religión de amor y de paz revelada por el redentor, que pedía a su padre en el Calvario el perdón de los enemigos. (Ob.Cit. pag. 1)

La fuente, señala a propósito, que no hay ni raza ni pueblo que deje de llevar como estigma, el contingente a esta gran hecatombe: no hay rincón de la tierra que haya quedado libre de su furia. No hay principio político ni fe religiosa  en cuyo nombre no se hayan cometido crímenes horrorosos, sangrientos, carnicerías, persecuciones injustas que desbordan la humanidad y que oscurecen y manchan los gloriosos timbres de sus más brillantes civilizaciones; de tal suerte que, si por efectos debiéramos juzgar a los principios políticos y a las creencias religiosas que han sucesivamente regido la conciencia de los hombres y las humanas sociedades, preciso seria hacerlas responsables de un cumulo de errores, vicios, crímenes y miserias tales, que excedan a cuantas las  pasiones se atribuyen, y que han afligido y degradado a las razas humanas para mengua suya, -según su parecer-, como en los antiguos o en los modernos fastos de la historia.

Finalmente, atribuye como verdad que muchas veces los perseguidores, solo usaban contra sus víctimas la influencia de objetos, de instituciones o doctrinas tan amadas, como caretas tras de la cual procuraban esconder con refinada astucia sus intereses personales, su mal satisfecha pasiones, su codiciosa ambición. (Ibídem, pag. 2)

fuente: Lic. José Lino Martínez

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