Herencia del espacio y el poder político

Luis Abinader, quien surge sin tener mérito de haber exhibido liderazgo comprometido con la patria, sino más bien como una figura que reagrupó un apagado sentimiento colectivo, disperso en la otrora masa del PRD, quien encontró en él la brecha de colarse por el profundo desgaste del PLD.

El espacio político en las sociedades democráticas cuya base sea la celebración periódica de elecciones, el poder no se hereda como una transferencia patrimonial en donde esté presente el simple derecho de heredarlo como en las monarquías, que se transfiere por medio de la herencia del trono a un  descendiente del monarca. En democracia  es todo diferente. Se conjugan causales multifactoriales que sucintamente abordaremos en la presente entrega.

En el caso de la Republica Dominicana cuyo medio legítimo de tomar el poder está amparado en las  celebraciones de elecciones, han acaecidos enormes procesos electorales desde que Pedro Santana ocupó por primera vez la presidencia de la republica hasta nuestros días. Desde ese momento, y al tenor del liderazgo político, en nuestro espacio esa dinámica ha jugado un papel preponderante como parte de los roles de relevos proveniente de las elites alternas, quienes hacen esfuerzos para ejercer la sustitución de la elites instaladas como gobernantes y sustentadoras del poder. Es de ahí que se va conformando determinado cuadro de dominación a lo interno de la sociedad de donde se forjan los cuadros dirigenciales que ocuparán el espacio del poder; sea este por la pérdida de los esquemas de dominación (repito), de los liderazgos desaparecidos, los desgastes en el poder, o ya por cualquier razón que propicie la desconexión de determinado liderazgo con el conglomerado social  o por cualesquiera otras razones que propicien los vacíos políticos.

Cabe decir a modo de opinión, que las masas muchas veces se acostumbran a las calamidades. En consecuencia, se tornan tolerantes y conformistas cuando un líder que esté en el poder  haya sido resultado de una coyuntura histórica con lo que acondiciona la situación para hacer que estas se sientan compromisarias con su presencia en el escenario político. Esto debido a que la relación de mando y obediencia se ha cimentado sobre la base de la conexión del poder tipo carismático, en donde de una manera o de la otra, estas sienten determinadas garantías de protección y hasta de esperanza, independientemente que las cosas no vayan bien. Y  por el contrario dichos conglomerados confían en que su gobernante-líder, tiene la capacidad de sortear la situación aunque prime en la sociedad condiciones de pobreza, limitaciones y situaciones que disminuyen la calidad de vida de los individuos. En estas circunstancias, el poder social, raras veces, elevan demandas que aunque sean parte de las necesidades perentorias que les afecte, en este caso, prima el curso de la esperanza puesta en sus gobernantes dando al traste al llamado equilibrio catastrófico,  el cual  nunca afecta la gobernabilidad.

En el caso concreto de nuestra historia política, iniciando por el espacio de dominación de Rafael Leonidas Trujillo Molino, habría que acotar que surge como heredero del poder, tras la gran inestabilidad política, y básicamente por la realidad de que en ese momento, la cultura política se basaba en un profundo caudillismo, y la existencia de grandes caos de gobernabilidad, quien se desarrolló tras la salida de los Norteamericanos después de la invasión del 1916-1924, lo que viene a sumársele a otras situaciones coyunturales, que propiciaran que las masas se plegaran a su voluntad, teniendo como plataforma, en primer orden, la bien ganada imagen de la reconstrucción del país producto del paso del huracán San Zenón,  el 3 de septiembre de 1930, mismo que cobró más de dos mil vidas y que por esa misma condición de pesar nacional, abrió la brecha para que el dictador mostrara su capacidad de liderazgo y falsa fachada de benefactor, ante un pueblo que estaba devastado y en una necesidad de conducción y, hasta de enaltecer su orgullo nacionalista elevado a su máxima expresión por los efectos de la referida invasión y la acumulación de muchas dificultades que el tirano asumió-como honra a la verdad-,  con mucha determinación.

Más adelante, luego de la caída de Trujillo,  el espacio político lo hereda Juan Bosch, tras una traumática realidad social y política. Sin embargo, en razón que este líder era un gran sustentador de un discurso político contestatario que encajaba con la nueva corriente populista, fue suficiente para ser catapultado al poder, fortalecido este, por la consecuencia de la apertura del entorno geopolítico hacia una corriente de democratización y con la voluntad de la participación ampliada de los sectores sociales que venían desarrollándose y estableciéndose  como instrumento de presión y que obedecía a una nueva línea a nivel mundial hacia la desaparición de las dictaduras. En este sentido, cabe agregar también, que américa y el mundo, abrazaba la corriente del surgimiento, expresadas a por vías de las expectativas de las masas, en llenar el espacio o vacío que venían dejando las caídas de los gendarmes de la zona, provocando el imperioso deseo de elegir un gobernante-caso dominicano-, que le orientara hacia la nueva organización de la sociedad, mismo hecho que permitió que las masas populares se expresaran en su primer ensayo democrático a su favor.

Cabe decir que el profesor Juan Bosch, a nuestro juicio de baja vocación de poder, por la misma circunstancia que hereda el poder político-sin aspirarlo propiamente-, no pudo aglutinar ni cohesionar los sectores sociales hacia un nuevo paradigma, podríamos decir, en primer lugar, de esperanza nacional o quizás de reconstructor de un nuevo orden. Pero sin embargo, la propia realidad sociopolítica del momento impidió que no concitara la confianza de las elites oligárquicas, entre ellos, empresariales, comerciales y sobretodo, militares, cuestión que por consiguiente, no le permitiera garantizar los intereses de los poderes facticos, y tras esta coyuntura en la que dichos sectores buscaban encontrar una figura que les cobijara, los protegiera y les garantizaran sus intereses, lo que a mi juicio, no lo encontraron en la figura del profesor Juan Bosch, produciéndose en consecuencia, las contradicciones sociales y repito, de carácter política, dando al traste con el golpe de estado del 25 de septiembre de 1963 después de solo siete meses de gobernar.

Según el curso de la historia, es menester hacer una mirada hacia el espacio de tiempo que transcurrió desde la caída de Bosch, hasta el acenso al poder del Dr. Joaquín Balaguer en el año 1966, matizado dicho espacio por apariciones efímeras de líderes políticos que no llegaron a cuajar en el parnaso político, en termino de concretizar su liderazgo y perdurar sólidamente en el poder. Sobre este ínterin de tiempo, cabe decir, caracterizado por un vacío de poder, al  margen de que a parte del Dr. Balaguer no existía  en nuestro entorno un personaje con suficiente raíces políticas y sociales con profundo arrastre para conciliar intereses, principalmente el oligárquico, que en esos momentos venían de recibir dos shocks sociopolíticos; uno la caída del Trujillismo  y la otra, la caída del gobierno de Bosch, cuestión que generó que las masas estuvieran vulnerables para cualquier persona con determinada fuerza política, y que estuviera liderazgo de aglutinar los remanentes del Trujillismo-aun con sus raíces en las decisiones políticas-, y que por efecto, encajara en el estilo caudillista que las propias masas estaban acostumbradas, de cuya coyuntura surge el neotrujillismo.

En el ciclo de los años 1978´s, emerge don Antonio Guzmán Fernández, lo que podría calificarse un producto de una coyuntura histórica presentada al hacendado tras el deterioro del esquema de dominación del Dr. Joaquín Balaguer. A nuestro juicio, el candidato del PRD no simbolizaba una figura con fuerza carismática capaz de trascender más allá de la coyuntura del momento, pero además, no representaba la figura aglutinante de todos los sectores, sino más bien, una figura que quedó envuelta en las consignas del cambio que se estaba afianzando y que jugó un papel de primer orden en el comportamiento electoral de ese momento. Sin embargo, y ahí es que me detengo para precisar que esta consigna no se inclinó a la elevación del culto a la personalidad ni a la proclamación de un líder en particular, sino a la ola del cambio.  En el caso de Salvador Jorge Blanco, primó la misma sinergia política que se trasladó a este líder del momento, quien sí estuvo matizado por un liderazgo carismático coyuntural que heredó del impulso de un PRD esperanzador. Incluso, con respecto a la energía electoral que se manifestó en el 1978, cabe decir, que en el caso del Jorge Blanco, las masas se expresaron con mucha mayor motivación por instalarlo en el poder.

Como se ve, ya para los años 90´s, la cosecha de los liderazgos tradicionales estaba prácticamente agotada. Por efecto, en nuestro entorno ya no sería nada extraño recibir como sorpresa que el espacio político fuera ocupado por un nuevo líder, -con ribete incluso, de aventura, o quizás, muy diferente al  montón tradicional,  o que resurgiera como al efecto resurgió con el regreso de Balaguer, dado que en este momento estábamos en presencia de un liderazgo prácticamente agotado, cuestión que propició su retorno ya en el ocaso de su vida, y con él, en consecuencia, nos llega un estado de desesperanza con ribete de autoritarismo, generando en efecto, la necesidad en el seno de las masas en la que psicológicamente de cifraron las esperanzas  que apareciera en el escenario político, la presencia de una figura nueva, renovadora e inspiradora de la confianza perdida para así poder  materializar sus más legítimas aspiraciones. En efecto, en este contexto es que surge la mutación de Peña Gómez de ser figura pararrayos del PRD a su rol presidencialista, y aunque no logró el poder por razones que conocemos, sin embargo representó la llave para abrir un nuevo ciclo de la herencia del poder, mismo que se evidenció con el fenómeno de Leonel Fernández, que de la nada, pero sustentado en un arraigado paradigma de relevo  político y de las masas, se cuela al poder prácticamente como legatario del mismo transferido por los liderazgos de Balaguer y Bosch o la nueva oligarquía política que ya representaba en 1996 el PLD.

Sobre la herencia del poder de Danilo Medina, según mi criterio es que no encarnaba un liderazgo esperanzador. Más bien, surge por la transferencia de una antorcha ¨cedida¨ por fragmentaciones internas de su partido, y se catapulta por efecto del posicionamiento que llegó a aglutinar el carismático Leonel Fernández quien tuvo que cederle el espacio.  Y aunque más luego se constituye ya no en un líder propiamente dicho, sino, como el garante de la oligarquía política de su partido y una gran masa que estaba cautiva producto de su inmensa política social, que lo convirtió más bien en un gerente de buenos resultados políticos y garante de la cúpula del PLD en disponer el control del Estado.

Sobre la herencia del espacio político de Luis Abinader, quien surge sin tener mérito de haber exhibido liderazgo comprometido con la patria, sino más bien como una figura que reagrupó un apagado sentimiento colectivo, disperso en la otrora masa del PRD, quien encontró en él la brecha de colarse por el profundo desgaste del PLD, y máxime, que la masa interiorizó que la corrupción era tan grande que generó un rechazo general, escenario que comulgó con la única opción de poder que al momento se proponía como opción, quien lo era Abinader. Y pudiéramos decir, se enroló en la ola de cambio hasta el extremo que se convirtió en la punta de lanza para sacar del gobierno al alicaído PLD, que además de esos factores, quedó atrapado en la vorágines de tendencias que prefirió uno ajeno que cualquiera de los de adentro.

fuente:acento.com.do

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