El virus que ha quebrado a muchas familias
Cuatro familias y siete protagonistas dan sentido a esta historia. No se conocen, pero están unidos por el dolor que produce quedar en la orfandad en uno de los momentos más tristes para la humanidad. El Covid-19 es el culpable. A sangre fría ha dado muerte a padres y madres que se fueron al otro mundo sin saber qué será de la vida de sus hijos.
Jerlyn; Jennifer y Gregory Amarante; Emil y Amil Claret, y Charlene y Margitt Marie Canaán han sentido de cerca los embates de un virus al que poco le importan los sentimientos. Aunque tienen distintas realidades y diferentes edades hoy forman parte de los ciudadanos a los que esta enfermedad les llevó una gran parte de su vida. LISTÍN DIARIO les cuenta su historia.
¿Dónde está mi papi? La pregunta de Jerlyn
“Ella lo busca detrás de la puerta, desde que oye el vehículo se para en la ventana y cuando la acuesto para dormir, me pregunta: ‘¿dónde está mi papi?’. Esto es difícil. Nunca me había pasado algo así. No me ha dado tiempo a pensar que enviudé, solo he tenido cabeza para pensar en que mi hija es huérfana. El Covid-19 nos destrozó la vida”. Entre lágrimas relata Karla lo que está pasando después que su esposo Juan Francisco se convirtió en una de las víctimas mortales del coronavirus.
Le satisface saber que a la única hija de ambos no le faltará nada porque gracias a Dios, tienen una economía holgada. En cambio: “A ella le falta lo más grande en su vida. Ese hombre lo era todo para ella, jugaban, se reían, se dormían, paseaban… A mí ni caso me hacía ella. Todo era su papi, parecía que los dos tenían tres años, él se ponía de la edad de ella”. Al contar esta parte enmudeció. Tanto es así que fue necesario volverla a llamar 10 minutos más tarde.
Al tomar el teléfono su voz delató su sentir. No se empeñó en ocultarlo. “Creo que ya no tengo más lágrimas, me niego a criar a mi hija sola, me niego a que mi niña tan pequeña no tenga papá. Ojalá tú no sepas lo que es esto”. En esta ocasión más que llanto mostró rabia y la describió: “Estoy molesta, sí muy molesta, porque no entiendo cómo ese virus está acabando con la humanidad y a estas alturas, con millares de muertos no han encontrado cómo controlar la situación”. Luego de desahogarse guardó silencio.
Pidió excusa por no poder seguir hablando del tema. “Con relación a lo de la foto, prefiero que no la publiques, no quiero que con los años después mi hija se encuentre con eso. Ya con que se sepa que hay niños, que hay bebés que han quedado huérfanos por el Covid-19 es suficiente”, concluye Karla.
Jennifer y Gregory sin papá y sin sustento
Jennifer y Gregory están probando el trago amargo de la orfandad. Con apenas 11 y ocho años, respectivamente, viven un duelo que les está afectando hasta en sus estudios. “Ellos lloran mucho. No pueden creer que ya no volverán a ver a su papá”, dice su madre Carolina Familia, de Jayabo, Las Lilas, en Salcedo.
Están en pleno novenario. Fue el pasado cuatro de mayo que su padre Rafael Enrique Amarante Agramonte falleció a causa del Covid-19. Él está entre las víctimas que mostraron al virus su vulnerabilidad a través de la diabetes y la hipertensión. Era un hombre joven. Tenía 41 años y unas ganas tremendas de ver crecer a sus dos hijos. El virus tronchó sus sueños, al igual que lo hizo con Jennifer y Gregory. Hoy son dos huérfanos que prácticamente viven de la caridad.
“Yo no trabajo y no recibo ayuda del gobierno, estoy viviendo con mis padres que son los que nos están echando la mano. Es fuerte, perder a su papá, al sostén de la familia. Ahora sufrimos por su muerte y por todo lo que estamos pasando”, relata Carolina más angustiada que preocupada.
Confía en Dios, eso sí. Pero se siente con las manos atadas y el corazón destrozado cada vez que ve llorar a sus niños. Sabe que la muerte no conoce edad ni ningún límite para llegar cuando lo desea, pero a pesar de ello entiende que es cruel lo que está pasando por causa del Covid-19.
“Extrañamos a nuestro papá. Nosotros jugábamos con él y lo queríamos mucho, no sé por qué se tuvo que morir”, son las desgarradoras palabras de Jennifer al saber que junto a su hermanito es una más de los tantos niños a los que el coronavirus les ha arrebatado el derecho de crecer junto a su padre.
Emil y Amil acogidos por dos tíos sin trabajo
Ramona Cristina Claret Sánchez es la número seis en la lista de los muertos que lleva acuestas el Covid-19 en República Dominicana. Cuando falleció el día 29 de marzo, las autoridades todavía no tenían bien claro cómo tratar este ‘visitante indeseado’ que sobrepasa los 10,000 contagiados y lleva alrededor de 400 defunciones en el país.
Esta madre, mejor conocida como ‘Caperusa’, su nombre artístico como dicen sus hermanos, dejó en la orfandad a Emil y Amil, dos adolescentes de 16 y 17 años que con su partida vieron morir también su futuro. Han tenido la suerte de contar con una familia. Sus tíos Josefina y Franklín los han acogido como si fueran sus propios hijos.
“A ellos les van a faltar muchas cosas porque nosotros somos muy pobres, y ella mal que bien trataba de darles lo que estaba a su alcance a sus dos prendas, lo que sí pueden estar seguros que amor y cuidado no les faltará”. Con seguridad lo dice su tía Josefina.
Eso queda sobrentendido. Al llegar a su casa, en la calle 18, número 92, parte atrás, de Alma Rosa II recibió con amabilidad al equipo de LISTÍN DIARIO. “Excúsennos que estamos limpiando un poco. Vengan siéntese. Emil, Amil, mis hijos vengan para acá”. Limpió la silla roja que estaba a la entrada de la vivienda y la puso a disposición de esta servidora.
Ellos atendieron al llamado. ¿Qué extrañan ustedes de su madre? Antes de que llegaran las palabras el llanto se apresuró a dar la respuesta. Lo extrañan todo. Era evidente. Sin embargo, Amil, como Dios lo ayudó, comentó: “Cuando nos hacía el desayuno”. Ya no pudo seguir. Emil entre los dientes dejó saber: “Hasta ver televisión con ella, todo”.
Ahí quedaron las preguntas. Era mejor observar que escuchar. Josefina se adueñó del momento para evitar más dolor a sus sobrinos que ahora son sus hijos. Ella tiene tres más. “El caso es que ella fue de las primeras que murió. Primero estuvo en un hospital y después la trasladaron a Engombe donde falleció después que se había mejorado”. Esa parte nunca la han entendido.
Al hacer el relato admite no entender el caso de su hermana Caperusa, de 49 años. Lo cierto es que hoy para ellos no cuenta todo el trabajo que pasaron para sepultarla ni cómo se contagió. Ahora mismo lo que sufren es por su ausencia y por las pocas posibilidades económicas que tienen para sacar a flote a estos adolescentes.
Al principio recibieron la ayuda de los dueños de la discoteca donde trabajaba Caperusa, así como de algunos artistas urbanos amigos de ella, pero no tienen un sustento fijo con el que puedan hacer menos traumática la orfandad en la que el Covid-19 dejó a sus dos sobrinos.
fuente:listindiario.com